—Házmelo, te dije al oído.
 
 —¡Házmelo!, te repetí con mis senos sobre tu pecho, mis manos acariciando tu cara y mis muslos trenzados a los tuyos.
 
 —¡Házmelo ahora!, dije por tercera vez con mi mano acariciando tu sexo.
 Lo dije con franqueza, con el deseo taladrándome el alma y mis dedos 
sintiendo esa piel suave y tibia de tu erección. Bebí entonces el deseo 
de tu boca, devoré tus besos, tu aliento, tus ganas.
 
 —Quiero que me cojas apasionadamente, con fuerza. Quiero sentir que te pertenezco, te exigí entre jadeos, mordiéndote la oreja.
 
 —Bésame, te rogué, imagina que es el último. Que no me volverás a tener
 en tu vida. Cógeme como si fuera la última oportunidad, tu repechaje, 
tu “no me olvides”, te pedí clavando mis uñas en tu pecho.
 
 Te 
me quedaste mirando, como no entendiendo nada. Siempre he sido 
apasionada, pero la urgencia con la que te estaba pidiendo las cosas, 
las palabras que usaba, podían delatar al mismo tiempo que era mucha mi 
calentura o que algo más inspiraba esas advertencias fatalistas.
 
 —Anda: juguemos a que mañana es el Apocalipsis y ésta es la que quieres
 llevarte de recuerdo, rematé traviesa, antes de plantarte un beso que 
me impidió seguir hablando y a ti discutir nada.
 
 Desde que 
decidí terminar contigo no he podido hacerlo. Prefiero postergarlo. 
Francamente estoy disfrutando demasiado tu compañía, tu amor, tu tiempo.
 
 —Cógeme, dije nuevamente. Y así lo hiciste, una y otra vez.
 
 Te hundiste entre mis piernas empapadas y me diste un beso suave, 
metiendo tu lengua en mi boca, jugando con la mía, lamiendo mis dientes,
 apretándome el labio, cortando mi aliento.
 
 Me hiciste el amor 
despacio, me dejaste sentir tus manos poco a poco, recorrer mi piel, 
acariciar mi cuerpo codicioso por tenerte y sentirte, deseoso de que 
fueras parte de mí, que me invadieras, que me profanaras, que me 
declararas tuya, y me secuestraras en tus brazos negándote a la 
posibilidad de que exista una última vez. Qué me atraparas allí, en tus 
besos, en tus brazos, en tu mirada, en tu corazón. En tu candor, que te 
hace no saber el laberinto en el que estás metido.
 
 Me hiciste 
el amor con ternura, besándome despacio, llenando poco a poco de 
sensaciones cada molécula de mi cuerpo, llenaste mis labios de ti, mi 
piel, mi cabello, mis articulaciones, mis curvas, mis bordes, mis senos,
 mi ombligo. Nada me pertenecía, tú controlabas todo en mi cuerpo, era 
tuya, un territorio ocupado, un cuerpo vencido, tu esclava, tu 
propiedad, ¿a dónde podía ir? ¿Cómo podía decidir que sería la última 
vez, si te pertenecía? No me estabas cogiendo, me habías colonizado.
 
 Me hiciste el amor con paciencia, cocinando a fuego lento el plato de 
mis emociones. Encendiendo y apagándome incendios diminutos en zonas 
específicas y controladas. Besabas y mimabas un rato por un lado y 
cuando el placer era superior, interrumpías y comenzabas a encender el 
fuego en otro lado, dejando las cenizas humeantes del primero exigiendo 
más y la madera ardiente del segundo sin desear que te movieras. Me 
regalaste tantos orgasmos que mi cuerpo comenzó a perderse y mi mente a 
divagar.
 
 Me hiciste el amor generosamente, alimentando mi 
egoísmo, como si fuera sólo mi goce el que importara, como si en verdad 
creyeras que un Apocalipsis se acercara y quisieras regalarme esa última
 experiencia, o como si supieras que tomándome así no habría manera de 
que aceptara que algo tan maravilloso terminara, que no volviera a 
vivirlo, a coger contigo, a experimentar el goce de tus dedos, tu 
presencia dominante, masculina, perfecta. Y entonces me penetraste. Lo 
hiciste despacio. No para evitar lastimarme, sabías que estaba tan 
lubricada que habría entrado sin resistencia. Lo hiciste despacio para 
alargar mi agonía, porque sabías que lo deseaba, que no podía resistir 
un segundo más sin sentir tu miembro erecto moverse dentro de mí, 
hacerme el amor, matarme lentamente, acuchillando mis entrañas, sentir 
tu peso ahogarme y cobijarme, tu amor hacerme tuya, perderme, 
pertenecerte. Construir esos orgasmos dichosos, monumentales, perfectos.
 
 Me hiciste el amor por muchas horas y lo hiciste espléndidamente. Yo 
también, porque lo hice pensando que sería la última vez, que antes de 
la próxima tendría que hablar contigo y decirte, que lo nuestro no puede
 ser, sin saber bien a bien el porque. De todos modos, no quiero que 
ésta sea la última, tal vez pueda esperar. Tal vez mañana o pasado, pero
 si vuelve a suceder, si de nuevo estamos solos y amándonos, quisiera 
volver a vivirlo como si no hubiera mañana. Disfrutar la vida así te 
obliga a hacer que valga la pena.
 
 -Zayuri Valencia
 

 
Wooooooow! Magnifico, simplemente magnifico! Hiciste q vinieran a mi mente recuerdos asi... gracias por cada letra
ResponderBorrarExcelente.
ResponderBorrarexcelente sin palabras!!!
ResponderBorrarExcelente. Muchos recuerdos.
ResponderBorrarsublime
ResponderBorrarMuuuuuuuy bueno
ResponderBorrarHola Lunita. Joaa pasa por aquí a saludar. :)
ResponderBorrarWioooooooow sin duda alguna muy buen relato me encanto....mil recuerdos llegaron a mi memoria.
ResponderBorrarUna descripcion perfecta!
ResponderBorrarperfección en cada palabra
ResponderBorrarperfección en cada palabra
ResponderBorrarBello. Y me quedo corta.
ResponderBorrarEsplendido
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